El lunes que cambió todo

Aparicio Santos nunca se había encontrado con nada extraño en su vida además de su nombre; e inclusive eso, no fue raro sino hasta llegar a la secundaria, donde los chicos pueden ser crueles con alguien llamado Aparicio. Sin embargo su vida llevaba un ritmo de normalidad inusual para cualquier ser humano, extremadamente promedio, increíblemente habitual, libre de emociones fuertes pero sin la excepción de aquellas situaciones básicas que lo hacen a uno humano. Se podría decir que Aparicio nunca se enfrentó a los extremos de emoción que, digamos, un adolescente cualquiera podría encontrarse.

Es verdad que tuvo novia, pero también es cierto que no se enamoró, aunque siguió los rituales normales de conquista que sus instintos sugerían con una delicadeza poco común en un hombre. También es verdad que se acostó con ella, pero en sus propias palabras “fue como comer sin hambre” saciar una necesidad sin el verdadero empuje de aquel que necesita ese sustento desesperadamente, algo extraño en un hombre aparentemente ordinario.

Algunos dirían que su vida es aburrida, fofa, lenta o hasta mediocre y no estarían tan equivocados, sin embargo el destino, en el cual personalmente yo no creo, le tenía preparado algo de niveles sobrenaturales, posible únicamente en la imaginación de gente que disfruta de romper la cuarta pared, algo que, a mi parecer, es detestable.

Aparicio llegó a la adultez sin mucha circunstancia. La mayor aventura que él podría narrar, digamos en una fiesta de jubilación o noche de juegos de mesa, es la ocasión en que por un error de impresión, dos retenciones se imprimieron con un número 8 y un 9 que parecía 8, y fue tarea de él, descubrir cual era el verdadero 8 y cual, el error con la pequeña línea de tinta de más. Le llevó más de una hora de escrutinio con la lupa pero ese día fue el héroe de la oficina. Aparte de eso su vida podría ser considerada irrelevante, hasta el día en que llegó Violeta, claro.

Fue un lunes, que parecía otro lunes más, pero a diferencia de los otros, en este, una hermosa joven entró acompañada del gerente. De golpe recordó que era cuestión de tiempo que llegara el reemplazo de don Julián, que se jubiló el martes de la semana pasada y en cuya fiesta, contó tan exitosamente la anécdota del 9 que parecía un 8. Ella fue presentada frente a todo el departamento contable. Uno a uno les dio la mano y cuando Aparicio Santos tocó la mano de Violeta Linares el mundo se detuvo. No, no figurativamente, el mundo se detuvo literalmente y cada una de las personas a su alrededor se congelaron como si fuera el campeonato mundial del juego de estatuas y esta fuera la final. La primera reacción, para ambos, fue la de pensar que era una especie de broma, pero al moverse por el cuarto, tratando de hacer reaccionar al resto, sintieron una leve presión sobre si mismos, como si una fina barrera invisible los detuviera y entonces consideraron que esto era algo más grande.

Los objetos no parecían tener gravedad, y si uno de ellos lanzaba algo, este se quedaba en el punto en que se dejó de ejercer fuerza. La gente al ser empujada, no caía, quedaba detenida en el aire, de manera diagonal. Esto lo descubrieron cuando Violeta se apoyó en la señora Meche y empujó demasiado fuerte, y Aparicio se lanzó en un intento de agarrarla y evitar heridos. Notaba su falla desde el piso mientras se sobaba el codo con el ímpetu de alguien a quien… le duele el codo.

Lo primero que este par de extraños decidió hacer, fue separarse, cada uno en busca de su hogar. Los vehículos no funcionaban así que tuvieron que caminar. Pasaron varios días en los cuales, cada uno descubrió las peculiaridades de vivir en un mundo donde las cosas no avanzan, y el tiempo no parece correr. Para Aparicio, que algo sabía de física, le fue más fácil comprender las extrañezas de aquella situación. El sol por ejemplo, no se movía y por lo tanto no existía la noche. Pero Violeta se sentía perdida en un mundo que no tenía sentido, donde al caminar, las moléculas en el aire causaban fricción, haciendo algo lento su movimiento.

Dos semanas después se reencontraron en la oficina. Al parecer eran las únicas personas con la capacidad de moverse, que en este caso era como existir. Al reencontrarse se vieron obligados a colaborar, sobre todo por la necesidad humana de interacción social. Pero pronto descubrieron que no eran las personas indicadas para ser un equipo. Ella estaba desesperada, intrigada y asustada, sus emociones a flor de piel, buscaba, no, exigía respuestas y culpables y fue el pobre Aparicio, el único capaz, quien pagó los platos rotos. Él por su parte, estaba tranquilo, pronto se organizó y empezó a recopilar alimentos, los cuales por suerte no se dañaban de ninguna forma. Descubrió que al momento de ser consumidos, estos alimentos se volvían parte de él y por lo tanto, las reglas del tiempo se aplicaban con normalidad. Así el momento en que el agua entraba a su boca, se movía libremente, pero si la escupía, quedaba suspendida en el aire.

Pasaron los meses y él y Violeta se volvieron nómadas, tomando ropa de las tiendas y alimentos de los hogares. Caminaron cientos de kilómetros bajo el sol inamovible, tratando de buscar a otros. Con el pasar del tiempo se cansaron, y decidieron asentarse en una casa cerca de un gran centro comercial. No había necesidad de lavar la ropa pues siempre se podían poner algo nuevo. Aunque no podían utilizar tecnología, se dieron el gusto con todo objeto mecánico posible que pudiera brindarles diversión. A fin de cuentas y luego de agotar su curiosidad humana, solo se tenían el uno al otro.

Se contaron sus vidas, Aparicio sorprendido por todo lo que había vivido Violeta y ella incapaz de creer en la falta de sucesos relevantes en la vida de un hombre. Pasaron más meses, tal vez años ¿quién estaba contando? Y se conocieron, se compenetraron, se volvieron uno. Se enamoraron. Considerando la situación en la que se encontraban, les tomó una gran cantidad de tiempo llegar a enamorarse, pero al final, se necesitaban, cada uno brindaba al otro algo necesario para hacer de ese lunes, una vida de verdad.

Llegó un momento, quien sabe cual, en que Aparicio y Violeta se besaron, y aunque fue una gran coincidencia, no fue el beso lo que cambió las cosas, sino algo que ambos sintieron y dijeron con sus ojos. En ese instante, todo volvió a la normalidad. Aparicio y Violeta estaban en la oficina, se acababan de dar la mano e incapaces de recordar los hechos recientemente vividos, se soltaban y se miraban extrañados. Es importante mencionar, que no quedó testigo alguno de este evento, que bien pudo nunca suceder y sin embargo, nos ha traido hasta este punto.

Más tarde, ese lunes, Aparicio tuvo el valor de acercarse a Violeta, empezó la conversación suave, con la excusa de preguntarle algo contable, empezó a contar su historia de la retención, la que nunca falla, pero ella lo interrumpió. De pronto se conocían del colegio, pensaba ella, pero no, un nombre como ese ella lo recordaría. Fue cuestión de tiempo para que ambos se volvieran amigos y para el lunes siguiente, ninguno muy seguro como, se encontraban en el carro de Violeta, tomando unas bebidas posiblemente alcohólicas pero que es preferible, no asegurar para no meter a nadie en problemas con la ley.

Fue de una extrañeza sobrenatural, que Aparicio se lanzara a besarla, pero cuando lo hizo, supo que no fue un error, era perfecto, era increíble, era como si la conociera de años, era amor. Pero fue ella quien lo dijo “Siento como si te conociera de años, siento como si esto estaba destinado a ocurrir”

El sonrió y dijo “Este ha sido el mejor lunes de mi vida”

Comentarios

Azael ha dicho que…
Si, me ha pasado.

Finolli el relato, pero háblanos más de Violeta que la siento bidimensional.

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