La ley de los textos

Azael es un joven guayaquileño de 27 años, labora en una empresa cuyo nombre no interesa pero que, como tantas otras empresas, lo priva de una vida con verdaderas experiencias y lo somete a una interacción personal sosa e insípida que su imaginación no puede tolerar. Esta misma imaginación, como tantas cosas en la mente del hombre, necesita expresarse con o sin la autorización de su dueño. A continuación un cuento escrito por la imaginación de este autor guayaquileño que cree ser abogado y que de seguro ni sabe lo que su imaginación hace mientras el trabaja.

Se levantó el cuello de la camisa para evitar un poco el frio. Su madre nuevamente lo había mandado a "rescatar" a su hermana a media noche. Pero esta vez ni siquiera media noche, ya eran las cuatro y cuarto de la mañana. Mientras avanzaba por la calle oscura de Guayaquil alcanzaba a escuchar a lo lejos la música de uno de los muchos bares que aún estaban escasamente poblado. Tenía que ser la última vez que lo mandaran de esta manera, que descaro. Despertarlo a esa hora para ir a buscar a la hermana mayor que había salido a dejar bocabiertos a todos los idiotas con su minifalda y con su actitud de fin del mundo.
La madre ya debería haber perdido la esperanza con ella, no merecía sufrir tanto por un ser que buscaba con tanto ahínco la autodegracíon y la euforia sin sentido.

Cuando llegó al sexto bar al que entró a buscar, se juró que sería el último, que si no la encontraba se regresaría a casa sin más explicación que esa. El lugar olía igual que los demás, a cigarrillos y cerveza regada, todavía quedaban tres parejas que bailaban lentamente una canción que no reconoció. Siguió hasta el fondo con el nombre de su hermana en los labios, realmente queriendo decirle loca, zorra, desquiciada.

Oye, barman, ¿has visto a Alicia? - Con la confianza de imaginarse que todos conocían a su infame hermana -
¿Qué Alicia? ¿La rubia o la gorda?
La rubia, soy su hermano, ¿dónde está?
Mmm, déjame pensar, creo que la vi temprano y se fue con otra chica, una gótica de esas como ella.

Otra más- pensó. Desde que empezó a salir con esa gente solo se vestía de negro, se pintaba las uñas de rojo brillante y usaba ropa difícilmente recatada. Minifaldas de cuero, medias de redes negras o rojas, botas de tacón hasta media pierna, blusas negras estrechísimas y escotadas. Jamás se la había visto tan loca por llamar la atención, jamás la había visto tan hermosa tampoco. Y claro que tampoco era rubia natural, solo químicamente se podía obtener un color tan cercano al plateado.

Salió buscando un taxi, ya qué importaba si su hermana se perdía con su nueva amiga en algún pantano de drogas y alcohol, lo que quería era irse a dormir. Subió al primer taxi que se acercó y le murmuró la dirección al conductor mientras se arrullaba ya con el ruidillo del motor y se hundía en el asiento trasero.
Entonces la vio, era una mujer tremendamente alta, con unos senos descomunales que luchaban por soltarse del diminuto brasiere que tenía, se encontraba encorvada por encima suyo y le cantaba con todas sus fuerzas: me traerás a tu hermano, me darás su amor, me muero por el, es todo mi anhelo...
Pero él no tenía hermanos, y el no era él, era su hermana que se arrodillaba ante la mujer inmensa y temblaba de miedo.

Se estremeció del terrible sueño al que había caido, y se encontró que ya había llegado a casa y se encontraba en su cama, pero no recordaba cómo había llegado ahí.

La mañana siguiente se sintió un poco mejor cuando pasando por el pasillo hacia la cocina había visto entreabierta la puerta de su hermana y la vió tirada durmiendo exhausta sobre su cama. A que hora habrá llegado- pensó.

Déjala dormir que ha llegado tarde- dijo la madre. Ja, que descaro-pensó él, si yo fui el que la anduve buscando hasta la madrugada...
¿Y a que hora llegó la principuta? digo princesita
¡No hables así de tu hermana!

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